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Día Octavo

MISERICORDIA DE CRISTO NUESTRO SEÑOR PARA CON LOS AGONIZANTES.

CONSIDERACIÓN

Dijo un sabio que de las cosas terribles, la más terrible es la muerte. Que esto sea así, lo manifiesta el hombre al acercarse a este horroroso trance. Contemplemos el espectáculo, en verdad conmovedor, que presenta un moribundo: “Su frente se cubre de un sudor frío; el calor animal huye de las extremidades y se reconcentra en el corazón; la respiración es intermitente y difícil; las lágrimas brotan por sí mismas, las manos tiemblan; las sienes se contraen; rechinan los dientes; húndense los ojos y se descompone el rostro; un ronquido profundo y sordo anuncia que la muerte se aproxima”. Y si este es el aspecto que su cuerpo presenta, el estado de su espíritu ¿Quién lo podrá describir? Entonces “le fatigan los accidentes de la enfermedad, los dolores del cuerpo, los temores del ánima, las congojas de lo que queda, los cuidados de lo que será, la memoria de los pecados pasados, al recelo de la cuenta venidera, el temor de la sentencia, el horror de la sepultura, el apartamiento de todo lo que ama; esto es, de la hacienda, de los amigos, de la mujer y de esta luz y aire común y de la misma vida”. ¡Oh será aquel cuyas entrañas no se conmueven profundamente a la vista de un agonizante?

El que ha sufrido no puede menos que compadecer a los que ve sufrir, por eso el divino Salvador, para apiadarse también de nosotros, quiso El mismo padecer las tristezas y angustias de la muerte. Contemplemos en el Huerto de los Olivos; mira su semblante sumamente afligido; perdido el color y cubierto de un sudor frío; allí está hincadas las rodillas, postrado en tierra, sudando sangre y padeciendo una mortal tristeza, tedio y agonía y, sobre todo levanta los ojos y en lo alto de la cruz en el más terrible desamparo, sufriendo los horrores de la muerte más ignominiosa, cruel y dolorosa que han presenciado los siglos. ¿Cómo, pues, este Señor podría carecer de esta misericordia con los agonizantes? Y así, conmovido de compasión, estando aún clavado en la cruz, dijo al Buen Ladrón “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. El mismo quiere acompañar a sus hermanos moribundos en el camino de la eternidad, viniendo a sus corazones en Santo Viático; y para que no desfallezcan en esta pasada jornada y para fortalecerlos contra los asaltos de los enemigos, les ha dejado otro auxilio, el sacramento de la unción de los enfermos, y todavía más, El ha inspirado a su Iglesia preces y oraciones las más aptas para infundir paz, consuelo y aliento al alma moribunda, iBendito seas, Jesús mío, que así haces brillar tu misericordia desde el principio hasta el fin de toda nuestra vida!.

Sepamos también nosotros compadecemos de los agonizantes, pero no con una vana y estéril compasión; no solamente hagamos oración por ellos y prestémosles todos los auxilios y cuidados temporales de que tengan necesidad; sino, sobre todo, procuremos que oportunamente reciban con fervor los últimos sacramentos, con los demás socorros de nuestra santa religión y no vayamos a ser jamás del número de aquellos que cegados y engañados de una falsa y cruel compasión, los privan de estos medios necesarios de salvación, “dizque” para no asustar y entristece el alma del enfermo ¡como si los sacramentos fueran instrumentos de muerte y no de vida! Hagámoslo así y alcanzaremos también nosotros tener propicio a nuestro Señor en aquel último y tremendo momento de nuestra vida, del cual depende toda nuestra eterna salvación.

Meditación

ORACIÓN

¡Oh clementísimo Jesús! por los dolores y agonías de tu sacratísimo Corazón, te pedimos verdadera piedad para con los agonizantes, con lo que merezcamos nos proteja, nos consuele y nos salve tu misericordia en la hora terrible de nuestra muerte. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

(Se rezan cinco Padrenuestros, en memoria de las cinco llagas de nuestro Señor, añadiendo a cada uno la jaculatoria: “;Jesús mío, misericordia!” y se hace la petición).

Oracion Alabanzas Letanias Himno