¡Amar a los que nos aborrecen, hacer bien a los que nos injurian, amar a nuestros enemigos, esto es muy difícil, es imposible!
Ciertamente, a nuestra depravada naturaleza esto es imposible, pero no para el cristiano, que, con auxilios superiores a sus fuerzas, puede fácilmente cumplir con perfección el formal precepto, no simple consejo, de amar a los enemigos. En el enemigo distinguimos dos cosas: la persona del prójimo y la maldad que hay en él, lo primero, la persona, es obra de Dios, lo segundo, el pecado, es obra del hombre. Se nos manda amar la persona, la obra de Dios, no la maldad, que es cosa del hombre, ¿Quién no amará la imagen semejanza de Dios? Pues el alma del enemigo, aunque deformada por el pecado, es imagen de Dios. Y Podrá alguno aborrecer a la criatura, sin que al mismo tiempo aborrezca también a su Creador? Por tanto, si amamos al enemigo es en Dios y por Dios, cuya imagen y criatura es: lo amamos por amor a Jesucristo, que por él padeció y murió. Además, más glorioso, sin comparación, es el triunfo que el hombre consigue de sí mismo que de aquel que conquistara el mundo entero. El cobarde no perdona, por eso es mil veces más grande y más valiente el joven David en la cueva de Odolán, perdonando a su mortal enemigo Saúl, que en el valle de Terebinto, dando muerte al gigante Goliat.
Al morir el primer mártir, San Esteban, pidiendo lleno de caridad por los que lo apedreaban, abriéndose los cielos porque Dios Nuestro Señor y sus santos ángeles quisieron deleitar su vida con aquel espectáculo. ¡Tan grato es a todo el cielo el perdonar a los enemigos! Por eso es que el Señor justo y generoso derrama a torrentes sus gracias sobre aquellos que por su amor practican esta gran obra de misericordia. Pero si todavía ¡Oh cristiano! te parece muy difícil perdonar a tus enemigos, rinde tu corazón ante la doctrina y ejemplo de tu amado Maestro y Capitán Jesús. ¿Por ventura no amo a todos los hombres? No murió por todos y a quién de ellos encontró amigo sobre la tierra? No eran todos enemigos suyos? Tú mismo įNo has sido muchas veces su enemigo? Y no te ha perdonado mucho? Y ¡Sin embargo, tú por su amor no te resuelves a perdonar poco! Mira cómo ha establecido un tribunal, no para condenar y destruir, sino para convidar con el perdón en todo tiempo a sus mayores enemigos, cuyos pecados, dice, les perdona tan de veras, que los arroja en lo profundo del mar, para que no aparezcan ya.
Escucha ahora y graba en tu corazón sus enseñanzas: “Ama a tus enemigos, haz bien a los que te aborrecen y haz oración por los que te persiguen y calumnian. Porque si amas tan sólo a los que te aman ¿Qué premio tendrás? ¿Acaso no hacen esto aún los malos, los publicanos?”. La noche antes de morir nos dejó estas tiernas exhortaciones: “Ámense los unos a los otros - aunque sean sus enemigos- como yo los he amado. En esto se conocerá que son mis discípulos, en que se aman los unos a los otros”. Aquella misma noche; Qué pruebas de amor no dio a su mayor enemigo, el traidor Judas! Y sobre todo, estando ya pendiente de la cruz, en medio de los mayores tormentos nos habla y su primera palabra es esta: “Padre, perdónalos a mis enemigos- porque no saben lo que hacen”, para enseñamos con la sublime elocuencia de su ejemplo, a perdonar también.
¡Venciste, Jesús mío, venciste! Séquese mi mano derecha, si me olvidare de tus enseñanzas; quede mi lengua pegada al paladar, si no me resolviera a seguir tu ejemplo. Sí, propongo con el auxilio de tu gracia y por amor a Tí, amar a mis enemigos, rogar por ellos, perdonarles DE CORAZÓN y hacerles todo el bien que pueda.
Meditación
Infunde, Jesús mío, en nuestros corazones un amor tan grande hacia Tí, que en todo tiempo y de todas veras, nos mueva a cumplir tu precepto de amar a nuestros enemigos, rogar por ellos y hacerles todo el bien que nos sea posible. Que vives siglos de los siglos. Amén. у reinas por los
(Se rezan cinco Padrenuestros, en memoria de las cinco llagas de nuestro Señor, añadiendo a cada uno la jaculatoria: “¡Jesús mío, misericordia!” y se hace la petición).