Las enfermedades corporales son, sin duda, de las mayores miserias y penalidades que el hombre tiene Señor de la Misericordia que sufrir en este mundo. Para convencerse de esto, basta recorrer los salones de un hospital: muchas y muy variadas dolencias padecen aquellos pobres enfermos en todos los miembros y partes de su cuerpo; unas muy dolorosas, otras repugnantes; contagiosas éstas, prolongadas o violentas aquellas; y todas causando profunda tristeza y melancolía, que se descubre en los demacrados semblantes. ¿Quién es aquel de corazón tan duro, que no se sienta profundamente conmovido de compasión a la vista de estas miserias humanas, sobre todo, si él mismo las ha sentido también?
Si bien es cierto que en algunos casos las enfermedades corporales son el efecto de pasadas culpas, sin embargo, muchas veces la divina Providencia las ordena o las permite para conceder al hombre, por medio de ellas, innumerables gracias: purificar su corazón como el oro al fuego del crisol; humíllate profundamente en la presencia del Señor y le mueven a implorar su misericordia; le quitan el afecto desordenado a las cosas del mundo, le hacen gustar más vivamente las amarguras de este destierro y suspirar por su bienaventurada patria; ejercitando la paciencia y con ella crece el mérito de la vida; finalmente, las enfermedades, llevadas por caridad, aumentan el amor y semejanza con nuestro Señor Jesucristo y levantan muy pronto al hombre a muy alta perfección. De aquí, nacía en algunos siervos de Dios aquella sed insaciable de padecer y el gozo y alegría que inundaba sus corazones, al verse cada día más conformes a Cristo crucificado. El corazón piadosisimo de Jesús no podía menos que mostrar su compasión a los miserables enfermos, como de verdad lo mostró, según lo vemos en todas las páginas del Santo Evangelio, de tal suerte, que no hubo género de enfermedad que no sanase, ni de dolencias que no aliviase y esto de modo muy diverso. Hágalo. unas veces estando ausente, otras con su sola presencia; unos quedaban sanos tocando su santísimo cuerpo, otros únicamente sus vestiduras; allí manda al paralítico que se levante; allá cura al ciego de nacimiento, untándose con lodo los ojos; ordena a los leprosos que se presenten a los sacerdotes y en el camino quedaron limpios de la lepra; y, por fin, de su santísima Humanidad irradiaba divina virtud para aliviar y sanar los innumerables enfermos que a Él recurrían. Aprendamos en el Corazón de Jesús a compadecernos de nuestros hermanos enfermos y prodiguémosles por amor de El todos los cuidados y auxilios que estén a nuestro alcance, más si, al presente, te vieres afligido por alguna enfermedad, recurre con confianza y con entera resignación al Divino Médico, de quien viene toda salud, al mismo tiempo que puedes emplear los auxilios y remedios naturales que te prescriba la ciencia, hecho esto, si aun perseveran tus males corporales, entonces !Como deseo que te aproveches de ellos para la santificación de tu alma! No los mires como un castigo de Dios, sino al contrario, como una señal muy clara del amor que te tiene, porque siempre acostumbro azotar a los que más él quiere, con ocasión de estos males corporales, derramar en tu corazón gracias y bendiciones en esta vida y darte una muy gloriosa corona en el cielo; mira cuánto sufrió por ti tu Redentor toda su vida hasta morir en una cruz, y tú z no tendrás ánimo para llevar por Él estos pequeños y cortos sufrimientos? ¡Ojalá que el amor de este Señor te mueva a padecer no sólo con paciencia y resignación esas tus enfermedades, sino hasta abrazarte con ellas, y amarlas y llevarlas con alegría de corazón, deseando todavía por agradarle padecer mayores cosas!
Meditación
¡Oh piadosísimo Jesús! qué tan tierna compasión mostraste a los miserables enfermos y sufriste por mí con inefable amor infinitos padecimientos; hazme participante de los sentimientos de tu Corazón, para que, a imitación tuya, tenga verdadera compasión de mis hermanos enfermos y sufra por Ti con paciencia y hasta con alegría, las enfermedades corporales que quieras enviarme. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
(Se rezan cinco Padrenuestros, en memoria de las cinco llagas de nuestro Señor, añadiendo a cada uno la jaculatoria: “;Jesús mío, misericordia!” y se hace la petición).