Los gentiles consideraron la pobreza como afrenta y una gran deshonra. Los más sabios y mejores de entre ellos lo manifestaron bien claro; uno dice que el que da de comer y beber al pobre, ningún servicio le hace, pues con ello alarga su miserable vida, por lo que pierde lo que en él emplea (Plauto Trine. 2-2). El mismo Platón, a quien dieron el nombre de “divino” juzgó que era mejor dejar morir al pobre enfermo y que el médico no había de tomar trabajo por él (Rep. 3). En otra parte llama al pobre, una especie de animal que conviene destruir y exterminar de la tierra. (Leg. 11). Por eso no hallamos en la antigüedad gentílica ningún hospital ni asilo de huérfanos, ni otro establecimiento para alivio de los pobres.
Más, a la luz de la razón y de nuestra santa fe, la pobreza de bienes temporales no es en sí una afrenta. Las cosas terrenas son bienes externos que no perfeccionan al hombre, y así como su posesión no lo ennoblece, tampoco la carencia puede deshonrarse. Además, el dominio de esos bienes externos no siempre depende de la voluntad del hombre, sino que Dios Nuestro Señor lo ha distribuido con admirable desigualdad, dando a unos más y a otros menos, según los designios inescrutables de su inefable Providencia, que todo lo ordena del modo más sabio y conveniente para que el hombre alcance la eterna felicidad.
Pero, sobre todo, veamos cómo la Eterna Verdad, Cristo Nuestro Señor, honró la pobreza y amó y distinguió a los pobres. Quiso nacer de padres pobres, de entre los pobres y desvalidos escoge sus discípulos y apóstoles; desechando a los soberbios ricos, escoge a los pobrecitos pastores de Belén, para regocijarnos por boca de los ángeles con la venturosa noticia de su nacimiento; al anunciar su doctrina, se dirige con preferencia a los pobres, siendo este uno de los distintivos de su predicación; en aquel soberano sermón de la montaña, en donde nos dejó las más sublimes máximas de su doctrina, su primer palabra es para los pobres de espíritu, llamándolos iquién lo dijera! bienaventurados; le fue más agradable la pequeña limosna de aquella pobre viuda que las ricas ofrendas de los vanidosos ricos; finalmente. El mismo, siendo Hijo de Dios, Rey del Universo, Dueño de todo, amó y honró de tal modo la pobreza que, tomándola por compañera inseparable, pudo decir en toda su vida, desde el pesebre hasta la cruz: “Las zorras tienen sus madrigueras y los pájaros sus nidos, mas el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.
Por tanto, no es de admirar que haya sido siempre entre los cristianos tan amada y estimada la pobreza, renunciando a sus riquezas, las hayan distribuido a los pobres, para hacerse semejantes a Cristo pobre; y que otros, careciendo de los bienes de la tierra, no haya codiciado ni el oro, ni la plata, ni el vestido teniendo estas cosas por “estiércol y basura” en comparación del tesoro que tienen en el amor posesión de Cristo Nuestro Señor.
Si eres pobre, alégrate y regocíjate de ser amado de Cristo y semejante a Él; y si no lo eres, manteniendo en tu corazón gran aprecio y cierto respeto a los pobres, empléate en obras de misericordia con ellos y de esta manera cambiarás tus tesoros al reino de los cielos.
Meditación
¡Oh Redentor mío amabilísimo! que siendo dueño y Señor de todas las cosas, has querido, no obstante nacer y vivir pobre para enseñarnos a amar y estimar pobreza, concédenos tu gracia, para que, a imitación tuya, amemos de corazón la pobreza y ejercitemos, cuanto nos sea posible, en misericordia con los pobres. Que vives y reinas siglos de los siglos. Amén.
Rezar cinco Padrenuestros, en memoria de las cinco llagas de nuestro Señor, añadiendo a cada uno la jaculatoria: “Jesús mío, misericordia!” y se hace la petición.